Ya hace casi un año que teníamos decidido el viaje de este verano, teníamos
muchas ganas de ir a los Dolomitas, a esto le íbamos a sumar una pequeña vista
a Venecia, Cristina quería ver esa ciudad de la que tanto le habíamos hablado,
en la que no había calles sino ríos, no había coches sino barcos y no había
pasos de cebra sino puentes. Así que el domingo 4 hicimos nuestro ritual, coche
al aeropuerto, avión hasta Verona, alquiler de coche y viajecito hasta Vicenza
que donde estaba nuestro hotel, que pesadez, a ver cuando mejoran lo de las
esperas en el aeropuerto. Lo bueno es que para ellas era toda una aventura y
estaban muy emocionadas de volver a coger un avión.

En Vicenza el primer día nos levantamos tempranitos y fuimos a la estación
de tren, barato y rápido, por 6€ en 45min estábamos en la estación de Santa
Luzia, la entrada de Venecia. La primera impresión es impactante, el gran
canal, repleto de edificios históricos y precisos, la iglesias de Maria de
Nazareth y San Simeon y el puente de Scalzi, de los pocos que cruzan el canal,
un espectáculo.
Lo malo es que allí es donde llega todo el mundo, así que las colas para coger un Vaporeto eran
inmensas, 7.5€ por llegar a San Marcos, vaya tela, menos mal que los niños no
pagan. Nos metimos como pudimos en uno para no perder tiempo, la verdad que no
es el viaje idílico que te imaginas, apretados, con calor y para colmo cuando
hizo la primera parada me dio la impresión que nos habíamos equivocado de
sentido, así que fuimos como pudimos hasta la zona de proa para preguntar, ufu
falsa alarma, íbamos bien, lo positivo es que aquí había menos gente y se
estaba más fresquito, por lo que pudimos disfrutar del resto del viaje.
Recorrer el gran canal es una pasada, Venecia es bonita en su totalidad,
mires hacia donde mires, lo mejor sin duda es cuando pasas por debajo del
puente de Rialto, lástima que con la cantidad de gente que había fuese difícil
hacer fotos con algo de perspectiva, quizás sea un tópico, pero desde luego hay
que estar allí para verlo. Tras el paseíto desembarcamos en San Marcos, sin
duda la joya de Venecia, la paza, la catedra, el palacio ducal, todo
concentrando en muy poco espacio, lo disfrutamos paseando viéndolo desde todas
las perspectivas posibles a cual mejor. No tenía intención en entrar en ningún
sitio, Marga y yo ya habíamos entrado anteriormente en todos los edificios y
las niñas disfrutaban más jugando con las palomas que viendo monumentos. Pero
Martina se empeñó en entrar en la catedra y hizo hacer la cola al sol mientras
ellas seguían a lo suyo, no sé de donde le viene a esta niña la afición a las
iglesias, bueno si, de mi madre.
La verdad que para quien no lo haya visto la catedral es visita obligada,
es muy oscura y parece una iglesia ortodoxa mas que católica, pero sin duda es
preciosa. Es gratis entrar, aunque dentro tiene pequeños museos que hay que
pagarlos, no está mal, cada cual que escoja lo que le guste y pague por lo que
quiera ver. La putada fue justo cuando fui a entrar, que no dejan pasar
mochilas y hay que ir al quito pino a dejarla en una consigna, podían haber
avisado al principio de la cola, ahh y que no te dejan entrar con los hombros
descubiertos, así que 2€ por un cacho de tela para tapar los de Marga.
Tras la visita a San Marcos nos salimos un poco de la plaza para buscar un
sitio para comer, mejor no comáis en la plaza, pero bueno para eso tenemos el
tripadvisor, otro gran descubrimiento. Pizza rápida y a continuar el camino. La
verdad que Venecia tiene miles de cosas, quizás algún día vuelva a ver el Lido,
la zona de la academia o Murano. Pero nuestra mejor opción es el paseo que hay
de San Marcos hasta la estación, es decir deshacer lo que habíamos hecho en el
Vapporeto, es una larga caminata, está indicada y es preciosa, continuamente
cruzas puentes y ves cientos de rincones idílicos. En este camino descubrimos
lo más caro de Venecia, hacer pipí, hay varios aseos públicos que te cobran
1,5€ por personas, 6€ por hacer pipí los 4, menos mal que le dijimos que sólo
eran las niñas y nosotros entramos a
acompañarlas 😉, desde luego te sale rentable entrar en
una heladería y pedir algo.
A medio camino llegas a Rialto, para mi la mejor zona, es puente es
precioso, por fuera y por dentro, lo recorrimos por todos lados y justo
pasándolo hay un mercado muy chulo para hacer alguna compra, además a la
espalda del mercado hay una plaza muy bonita donde paramos a tomar nuestro
primer Spritz, exactamente en el mismo sitio que paramos hace ya más de 10 años
en nuestra anterior visita, una parada con vistas al Gran Canal donde disfrutas
de una excepcionales vistas, además las niñas se entretuvieron en meterse en el
canal, que había inundado media plaza.
De allí continuamos tranquilamente nuestro camino, hasta llegar a la
estación y tren de vuelta. En la estación la anécdota del día justo cuando
estábamos en le tren Marga miró el número y dijo nos hemos equivocado, quedaban
5min para la salida así que corriendo descalzo por la estación, (ya nos
habíamos quitado los zapatos) hasta descubrir que Marga había mirado el número
de tren del de ida, así que vuelta al tren donde entramos 1min antes de la
salida, que graciosa el susto que nos dio, por cierto, el revisor no pasó ni en
la ida ni en la vuelta, nosotros pagamos, pero como en Berlín.

No sé como resumir Venecia, no es que hayamos visto cosas concretas, salvo
San Marcos, Venecia es una ciudad para disfrutar paseando viendo todos los
rincones, canales, puentes, edificios. Si os digo la verdad, pensaba que iba a
ser un rollo, turista, calor, colas, pero nada de eso, iba con pocas
expectativas, pero me traigo un gran recuerdo, la ciudad es una maravilla que recomendaría visitar a
todo el mundo, con razón viene tanta gente a verla.

El día siguiente empezaba nuestra segunda etapa del viaje, la montaña,
decidimos ir a un sitio cercano a Vicenza, pero las carreteras convencionales
italianas son horrorosas, 40Km es una hora, son pueblo tas pueblo tras pueblo.
Eso fue lo que tardamos en llegar al paso de Passubio, es la frontera entre el
Veneto y el Trentino y es el inicio de cientos de rutas de media montaña, justo
en el paso hay un osario muy curioso de la primera guerra mundial, como tantos
monumentos de Italia, pero este es bastante curioso y merece la pena echarle un
vistazo.

Nosotros hicimos una pequeña ruta subiendo desde el puerto por una antigua
carreta, cortada al tráfico, es un paseo bonito por un bosque supercerrado,
además la niebla le daba un aspecto entre tenebroso y misterioso, lo malo que
no nos dejaba ver las vistas. Andamos unos 40 min hasta que llegamos a una zona
donde explicaba que hacía 50 años hubo un accedente de un autobús y murieron
varias personas, por eso la carretera se cerró y se abandonó, imaginaros lo
peligrosa y no te dejaban seguir por ella por posibles derrumbamiento, así que
la única opción era atravesar el rio por un puente tibetano, de más de 100m y
con una caída de otros tantos. El puente es superseguro, de esos con barandilla
muy sólida, pero pasar y mirar para abajo acojona un poco.

Desde aquí continuamos ya poco trecho, mi objetivo era llegar al puente, la
carretera sigue subiendo hacia dios sabe donde, y además llega a una zona con
un sendero complicados que llegan a unos refugios de montaña, pero ya eso
quedará para otro visita que no vaya con 2 niñas, demasiado bien se portaron.
Tras comer en el merendero del puerto bajamos el puerto hasta Trento. Carretera
preciosa de montaña, lleno de zonas de miradores, y monumentos, me entraron
ganas de para en muchos sitios sobre todo visitar Forte Pozzacchio, unos
búnkeres de la primera guerra mundial, pero se nos hacía tarde y solo pudimos
verlo de lejos.
Sin pausa a eso de las 6 llegamos a Croviana, en los Dolomitas de Brenta,
en el val di Sole, esta sería nuestra base de operaciones de los próximos cinco
días, está en la zona occidental de los dolomitas, quizás menos conocida, pero
sin duda no decepciona como ya comentaré mas adelante.

El pueblo de Croviana está en el Valle principal, es un pueblo pequeñito
pegado literalmente a Male, mucho mayor, eso hacía que tuviésemos a menos de 5min los
Supermecados, Restaurantes, bares y tiendas suficiente para nuestra semana de
montaña. La casa estaba muy bien, era un bloque con varios apartamentos todos
alquilados para vacaciones. Nuestro casero era muy peculiar, apenas nos
entendíamos, no sé si hablaba, italiano, alemán, inglés o una mezcla de todos,
el primer día no nos dijo nada, solo repitió 20 veces “diferenciación”,
refiriéndose a la basura, me dijo que le acompañase, creía que íbamos a ver
algo del contrato, pero lo que hizo es pasearme en pijama y zapatillas, casi de
noche y lloviendo por todo el pueblo para enseñarme los distintos contenedores,
que obsesión.
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