7 de enero de 2015

Alentejo 2014


Siempre digo que el Alentejo y más concretamente Monsaratz es uno de esos sitios que hay que visitar casi todos los años. Cerca de Riotinto, pueblos increíbles, buena comida y esa cultura Portuguesa que tanto nos gusta. Pero la verdad que ya hace casi 20 años de esa primera escapada, de la que curiosamente recuerdo el Renault 21 y un casete de Ana Belén y Víctor Manuel, y 15 de la última (si quito la parada fugaz en Bejar del año pasado en el viaje a Lisboa), de la que recuerdo sobre todo el brazo roto. Como pasa el tiempo, joder y eso que digo que habría que ir todos los años.



Henos pospuesto una y otra vez el viaje, pero aprovechando que no íbamos a hacer nada en el puente de diciembre y que estábamos pasándolo en Zalamea con mis padres, teníamos la excusa perfecta. La expedición, (Marga, Cris, mis padres y yo) salió tempranito e hicimos parada a desayunar en Aroche, donde curiosamente descubrí en un mapa que había colgado en las paredes del bar un pico que no tenía controlado, el Pico Castaño, más alto que San Cristobal, hay que incluirlo en el proyecto de cumbres Andaluzas, aunque hoy, casi un mes después de aquel día, ya no es un proyecto es una realidad.


De ahí a la primera parada portuguesa, un error del viaje por empeñarme en no mirar el mapa. Quería ir a Mourao, pero al llegar a un cruce vi que ponía Moura con esos símbolos que ponen de lugar de interés y me equivoqué. Pero no hay mal que por bien no venga, Moura es una de esas ciudades tranquila portuguesa, de las que merece la pena ver con calma, calles estrechas, tiendas peculiares, mercados y como colofón un bonito castillo medio en ruina del que hay unas vistas preciosas. Me suena haber estado ya, pero a saber, hace ya tantos años. Curiosamente este error me llevó a un sitio nuevo, la presa del Alqueva (su construcción es posterior a nuestra última visita), que tenía ganas de ver por muchos motivos, uno de los cuales es la de veces que mi suegro me ha hablado de ella cuando participó en su construcción. Nada del otro mundo pero tiene unas vistas muy bonitas al valle por donde discurre el Guadiana.


Y ya sólo nos quedaba bordear el megapantano que se ha formado por la presa para llegar a nuestro destino estrella Reguengos de Monsaratz, un pueblo amurallado en lo alto de una colina, como si de una fortaleza se tratase, las vistas desde lejos son preciosas y una vez que entras en él, estrechas calles de piedras (donde no pueden entrar los coches) con los edificios todos perfectamente restaurados, creo que aquí no vive nadie, todo son o Restaurantes o pequeños hoteles. Y claro desde cualquiera con una pequeña terraza puedes ver todo el valle de alrededor.

En el centro del pueblo una de esas iglesias de estilo indiano o americano o canario no sé cual sería el origen de este tipo de arquitectura y al final el pequeño castillo dentro del cual hay nada más y nada menos que una plaza de Toros. Y es que como he dicho el pueblo lo tiene todo para venir una vez al año. Comimos en uno de sus múltiples Restaurantes, eso de ración para uno no lo tienen bien medido los portugueses, si os dicen que es un plato para uno os aseguro que coméis dos o tres. Y para casa, como quedaban casi 3h de vuelta decidimos no parar en Mourao y no buscar una bodega que tengo muchas ganas de ver, Herdade do Esporao, creo que la más antigua de Portugal, ya tengo la excusa para la visita del año que viene y que no vuelvan a pasar otros 15 años.


Y nada más, parada a tomar café junto al Castaño del Robledo, lo que me dio más ganas de subir ese pico Castaño y a eso de las 8 estábamos de nuevo en Zalamea. Es el enésimo viaje de Cris a Portugal, hay que ver cómo crece, ya casi no hay que estar pendiente de ella, es maravilloso ver lo feliz que es y como disfruta, como si todo fuerza un juego, ojalá siempre quiera venir con sus padres a estas pequeñas aventuras.